Una pregunta me vienen formulando con insistencia, desde hace poco relativamente, cosa de unos tres años.
— ¿Hay sitio en la brujería
para el homosexual? Esta pregunta casi hirió mi reputación. Por primera vez me
la hicieron cuando daba una conferencia, en Chicago, y luego me han vuelto a
plantear la misma cuestión en conversaciones privadas y miles de cartas,
venidas de todo el mundo. Como es natural, algo había que hacer para llegar a
una conclusión. Básicamente ya sabemos que no existe ninguna religión exclusiva
para mujeres o para hombres. Como es natural, tampoco la hay para los
integrantes del llamado «tercer sexo». Pero esto no es más que un razonamiento.
No constituye una respuesta categórica. El caso es que estos homosexuales se
han dirigido a mí, diciéndome que no son bien recibidos en las religiones
clásicas, y en cambio es un hecho probado que la homosexualidad estaba admitida
en las religiones antiguas. Nos inclinamos a dar una opinión personal, y para
ello se necesita un largo rodeo.
La brujería es una religión
matriarcal que reconoce la Fuerza de la Vida como lazo de unión entre todos sus
asociados. En esta breve fórmula no hay base o punto de partida que permita
entrever alguna relación entre la Vieja Religión y la homosexualidad. Sin
embargo, yo me he adentrado en el estudio de la historia antigua y de este
estudio han salido sorprendentes descubrimientos. Ignoro los volúmenes que he
consultado a la busca de datos que aclaren esta cuestión. Por aquí y por allá empecé
a hallar referencias, no sólo en los libros sino también en el campo de las
relaciones humanas. Convertida en una especie de madre confesora, me fui
enterando de muchas cosas llenándome de tristeza el retraimiento que muchos
homosexuales se ven obligados a padecer, debido a los prejuicios sociales, si
bien la opinión pública ha empezado a cambiar un poco de mentalidad a este
respecto, desde hace pocos años. Del mismo modo que los miembros de la religión
Wicca salieron a la luz pública dejando de ser ese tipo de sociedad secreta a
que estaban condenados, los homosexuales ya han dejado de refugiarse en la
sombra del anonimato. En eso hay algo que nos une: la lucha para sobrevivir.
Nosotros no hemos logrado aún que se nos comprenda, por ser la nuestra una religión
no ortodoxa; y a ellos les pasa lo mismo por considerarse su hábito una
conducta antinatural. Nosotros no podemos ir en contra de nuestra fe, nos
cueste lo que nos cueste; el homosexual no puede ir contra su propia
naturaleza, aunque le cueste un mar de sinsabores.
La juventud de nuestros días
ha abierto una era nueva. La religión ortodoxa de sus padres está siendo
relegada al olvido. Ellas y ellos tratan de hallar su propio camino hacia las
metas espirituales. Lo mismo se valen de drogas que de música rock. El caso es
derribar antiguos ídolos y erigir otros, adorando incluso a los sumos
sacerdotes de este nuevo y estrepitoso culto. El homosexual necesita también un
medio para satisfacer sus anhelos espirituales. Creen en algo más grande y más
poderoso que el hombre. Pero el homosexual no puede atacar ninguna religión
ortodoxa, pues su posición es la más vulnerable a la crítica. Si quiere
adherirse a una de esas religiones y sacar beneficio de ella, será rechazado
seguramente. Así se convierte en un proscrito, y necesita encontrar semejantes
que lo comprendan. Y va a buscarlos en esos grupos clandestinos al margen de la
sociedad, pues no tiene otra oposición. Estos grupos al principio son pequeños.
Unos cuantos amigos se reúnen para charlar, beber y hacer el amor. Luego van
ensanchándose. En todo el mundo hay clubs de esta clase que hacen su agosto a
base de «juke-boxes», salones de baile y tiendas de moda para trajes exóticos.
El nombre es lo de menos.
Sin embargo, con esto no se colma su afán de felicidad, cosa muy distinta del
placer físico. Eso son, pues, los homosexuales. Seres frustrados que no ven la
forma de realizarse plenamente, y con un pavoroso vacío espiritual en sus
vidas. Para muchas mentes conservadoras sonará raro eso de la espiritualidad
relacionada con el homosexualismo. Eso es consecuencia de una educación
trasnochada, herencia del puritanismo, donde se da el caso paradójico de que la
virginidad o el celibato se consideran una «virtud», y por otro lado se
estimula la procreación con premios a la natalidad y a las familias prolíficas.
Volviendo a mis
investigaciones, he hecho un curioso e interesante descubrimiento, y es que hay
cierta conexión entre los temperamentos uranianos u homosexuales, y la
religión, especialmente en el don de la profecía y en la adivinación. Los
versados en el estudio de las religiones no ignoran que en antiguos templos, y
dentro de determinados cultos, era práctica muy generalizada criar y educar a
ciertos jóvenes de una manera muy afeminada. Estos jóvenes eran elevados a la
categoría de sumos sacerdotes o curanderos de las tribus, sin merma del respeto
que como simples personas se merecían. Este hecho ha sido desfigurado por
historiadores y teólogos, y son pocos los que han comentado la relación
existente entre las funciones del homosexualismo y el poder psíquico. Lo que no
quiere verse es fácil de ocultar. Con no mirar, basta, actitud tanto más
notoria cuanto más altamente sofisticada se vuelve la sociedad.
Como la Biblia es familiar a
muchos y es el libro aceptado por nuestra civilización, no me parece
inapropiado hallar nuestro primer ejemplo en este libro. En el relato que hace
la Biblia del celo reformista del rey Josías (Reyes, 2-23) se dice que «el rey
mandó al sumo sacerdote, Helcías; a los sacerdotes del segundo orden y a los
que hacían guardia a la puerta, que sacaran del templo de Yahvé todos los
enseres que habían sido hechos para Baal, para Asera y para toda la milicia del
cielo, y los quemó fuera de Jerusalén, en el valle de Cedrón, e hizo llevar las
cenizas a Betel. Y derribó las casas de los sodomitas que estaban junto a la
casa del Señor, donde las mujeres tejían tiendas para Asera...»
Es curioso que la palabra
«sodomitas», así traducida, tenga un significado maligno, porque la palabra
hebrea similar «kedeshim» quiere decir «los consagrados» (varones) o más bien
«los puros». Es dudoso que la palabra haya sido bien traducida. Más claro
parece que estos hombres no eran tales, sino pertenecientes a la casta de las
«kedeshath» o mujeres sagradas, semejante a las Deva-dais de los templos
hindúes, especie de cortesanas que compartían funciones de índole tanto
espiritual como carnal. Por raro que parezca a las mentes modernas, es muy
probable que tanto hombres como mujeres asociaran una especie de servicio carnal
con las funciones proféticas.
En Siria, los esclavos
sagrados, o «kedeshim», recibían el mismo trato respetuoso que los profetas,
llamándose unos y otros «hombres del dios». En otras palabras, el profeta y el
esclavo sagrado eran «médiums» inspirados en quienes el mismo dios se
manifestaba de vez en cuando, ya con palabras, ya con hechos, convirtiéndose en
encarnaciones temporales de la deidad. Pero mientras los profetas tenían
libertad para desplazarse por todo el país, parece que los «kedeshim» estaban
adscritos regularmente a un santuario específico. Es de suponer, pues, que
tenían unas obligaciones particulares a cumplir en el templo, algunas de las
cuales habrían escandalizado a los espectadores, caso de haberlos. (Casi todas
las religiones antiguas estaban involucradas con ritos sexuales; el símbolo
fálico era corriente en los templos.)
Según el pasaje de la
Biblia, es presumible que las prácticas religiosas de los cananeos incluyeran
los servicios de varones, a modo de cortesanos, adscritos a los templos y
viviendo en su interior, así como mujeres consagradas, y que las ceremonias del
culto fueran en gran parte de carácter sexual. Es probable que el origen de
estas ceremonias fuera el sexo mismo, como símbolo de la fertilidad y como tal
favorable a la agricultura y a las buenas cosechas. La palabra Asera que hemos
citado, parece referirse a los ritos sexuales. En hebreo, aunque su traducción
es el nombre de una ermita, más bien parece referirse a un poste de madera o a
un árbol despojado de sus ramas y trasplantado junto al altar, sea éste
consagrado a Jehová o algún otro dios. Un pasaje bíblico de Jeremías (11:27)
sugiere que «Asera» era el emblema de Baal y también el órgano masculino; por
tanto, podríamos considerarlo como un emblema fálico. Aunque los custodios de
la ermita se hubiesen infiltrado en el templo judío, es probable que los
cortesanos fueran aborrecidos por los más celosos adictos a Jehová, puesto que
estaban perpetuando el culto rival de los dioses sirios Baal y Astarté. El
«Kedeshim», en realidad, era consagrado a Dea Syria, madre de los dioses, y se
sabe que conocía las fórmulas para conjurar los espíritus. En el Libro II de
los Reyes (21) leemos que Manases hizo edificar en lugares elevados «las
ermitas y altares para Baal». Hizo también que su hijo pasara a través del
fuego, instituyó evocado-res de los espíritus y adivinadores del porvenir.
También alzó la Asera en la casa del Señor. Su nieto Josías deshizo todo esto y
expulsó del país a los evocadores y a los adivinadores, «junto con los
Kedeshim». Parece, pues, con respecto a Siria y el texto bíblico, que existe
una cierta conexión entre el homosexualismo, el sacerdocio y el don profético.
. Siglos después, hallamos
una semejanza entre las costumbres de Siria y la de los negros de la costa
occidental africana. En esta región hay unas mujeres llamadas Kosio, asignadas
a los templos como esposas, sacerdotisas y concubinas de la gran Serpiente
Pitón. Pero además de las mujeres, también hay hombres Kosio, que se hacen
sacerdotes, y no hay diferencia en sus ideas y costumbres. Son muchos los
puntos de contacto entre los antiguos profetas de Israel y los africanos
occidentales del siglo xx, lo cual es un detalle curioso, por cuanto demuestra
la relación existente entre la homosexualidad, la profecía y el sacerdocio
En el estrecho de Bering,
entre las tribus de Kam-chadales, Chutchkis, Inoits y Koriaks, la
homosexualidad es una cosa corriente, y es notable su relación con el
chamanismo o vocación sacerdotal. Es frecuente que bajo la influencia
sobrenatural de uno de los chamanes, algún adolescente renuncie a su sexo y
anuncie que es una mujer. Deja que le crezca el cabello y se dedica por
completo a tareas femeninas. Por último, el que ha renegado de su sexo toma un
marido y lo lleva a su choza, donde desempeña las funciones de un ama de casa,
en el papel que corresponde a una esposa. Este cambio anormal de sexo es
fomentado por los chamanes, que lo interpretan como un mandato de su deidad
personal. El cambio de sexo parece ser el principio de un aprendizaje para hacerse
chamán, sobre todo en la tribu Chutchki.
Entre los
Koriaks, los hombres ocupan la posición de concubinas; al anunciar públicamente
su cambio de sexo los pasan a la categoría de intérpretes de sueños. Entre los
aborígenes de América del Norte, el hecho de que un hombre tenga contacto con
otro de su mismo sexo no tiene ningún sentido oprobioso. En Koriak, tal clase
de compañía se considera, por el contrario, como una gran adquisición. Los
hombres afeminados, lejos de ser despreciados, son mirados con respeto por la
gente y considerados como hechiceros.
El escritor
Elie Reclus, en su serie Primitive Folks, hablando de los Inoits, dice:
«¿Hay un
niño que tenga una faz hermosa y ademanes graciosos? La madre ya no le deja
jugar con compañeros de su edad. Le viste y le educa como a una niña. Cualquier
desconocido se sentiría decepcionado por su sexo. Cuando ha cumplido los
quince, la supuesta niña es vendida por una fuerte suma a una persona pudiente.
Los Choupans o jóvenes de esta clase son altamente cotizados por los Konyagas.
Por otra parte, entre los esquimales y pueblos afines, especialmente en el
Yuñón, hay chicas que rehúyen el matrimonio y la maternidad, cambiando de sexo
por así decirlo. Viven igual que los chicos, adoptando su indumentaria y
maneras. Cazan el ciervo. No tienen miedo en la caza ni sienten fatiga en la
pesca.»
Reclus sigue
diciendo que los Choupans suelen dedicarse al sacerdocio, aunque no todos
reúnen condiciones. Los que ya ejercen se cuidan de reclutarlos entre los
aspirantes. Los buscan de edad temprana, lo mismo chicos que chicas, pues no se
limitan a un sexo. Los aspirantes escogidos sufren una serie de pruebas, siendo
disciplinados por la abstinencia y prolongadas vigilias hasta que aprenden a
dominar sus instintos y a padecer con estoicismo toda clase de penas, haciendo
que el cuerpo se someta al espíritu, sin vacilar. Los aspirantes son instruidos
sobre las virtudes de la soledad y la meditación —lo que ellos llaman beber en
la luz— absorbiendo los resplandores de las auroras boreales, la luz plateada
de la luna y el viento que solloza sobre los desolados témpanos. Cuando el
estudiante ha pasado esta prueba de la soledad, se le tiene por suficientemente
capacitado para hablar con los grandes espíritus y el Choupan asciende a la
categoría de augakok o sacerdote.
Aquí es donde
el Choupan adquiere una semejanza con los Kedeshim yKedeshot de los cultos
sirios, así como con los Kosio de África. Tan pronto como el Chou-pan se
convierte en augakok, la tribu pone a su disposición un buen lote de chicas, de
agradable presencia, gracia y excelente disposición para videntes, curanderas,
sacerdotisas y profetisas. El augadok las perfecciona en la danza y otras
actividades, iniciándolas finalmente en los placeres del amor. Pero las
«chicas» cedidas al augakok son los jóvenes escogidos que carecen de sexo o se
lo han extirpado. Serían mirados como impuros si antes no hubieran sido
purificados por un rito especial. El método parece ser, primero, esterilizar el
Choupan en ciernes, de tal forma que el sexo ya no tenga importancia para él
como goce voluptuoso y luego se le hace experimentar el placer hasta quedar
saciado, lo mismo sirviéndose de un varón que de una hembra.
Entre los
indios de Illinois, se escogen hombres afeminados para que estén presentes en
la solemne danza del «calumet» o pipa sagrada. Pero no son invitados a bailar
ni a cantar. En cambio asisten a los consejos de ancianos, y no se decide nada
sin consultar su opinión. Por su manera anormal de vivir, el indio homosexual
es considerado como un manitou o ser sobrenatural, y por tanto, como un
personaje. Los indios sioux, los sacs y los fox dan al menos una fiesta al año
en honor del Berdashe, un hombre vestido con ropas femeninas. No es que
vista así para esta ocasión, sino que va así el año entero. A cambio de este
privilegio, tiene que trabajar para la tribu en las más arduas tareas, pues se
le cree dotado de poderes extraordinarios. Todo esto viene a significar que el
homosexualismo es un hecho y hasta contribuye al bienestar de la tribu por las
dotes intuitivas de quienes lo practican, muy superiores a la capacidad normal.
Un padre jesuita,
llamado Lafitan, que fue asimismo un fecundo escritor, expuso en 1724 sus
experiencias entre las tribus norteamericanas. Hablaba de mujeres que poseían
el valor viril, y se gloriaban por sus hazañas guerreras, es decir por unas
cualidades que parecían reservadas a los hombres. Sin embargo, en contubernio
con estas mujeres había hombres que imitaban los ademanes femeninos y que
tenían a mucha honra ocuparse en los menesteres del sexo débil. Renunciaban al
matrimonio pero participaban en todas las ceremonias de algún carácter religioso.
Tal género de vida haciéndoles acreedores al respeto del resto de la tribu. El
padre Lafitan menciona especialmente los illinois, los sioux, y las tribus de
Louisiana, Florida y el Yucatán. Sienta la hipótesis de que estos indios
homosexuales, tan conectados con la religión, son la misma clase de gente que
los adoradores de Cibeles en el Asia Menor, o unos orientales que consagraban a
la diosa de Frigia o a la Venus Urania ciertos sacerdotes vestidos de mujeres,
los cuales afectaban actitudes afeminadas, se pintaban la cara y deseaban ser
parte de un sexo falseado.
Los antiguos
escandinavos y los patagones nos proporcionan también ejemplos que ilustran
nuestra opinión. Casi todas las viejas civilizaciones daban por descontado que
en todas las especies, la humana incluida, la hembra era más sensible que el
macho y por ende, estaba más preparada para entender los misterios del universo
y averiguar las necesidades de sus semejantes. De ahí viene el origen del
matriarcado. La idea de una mujer jefe de la religión fue desterrada desde el
triunfo del Cristianismo, pero aún quedan reminiscencias matriarcales en
religiones ortodoxas, las cuales exigen que los sacerdotes usen faldas largas a
modo de hábitos.
La forma de
vestir no es prueba de homosexualidad. Sin embargo, en tiempos antiguos se
exigía al homosexual que no viviese en un mundo de sombras, sino que proclamara
su feminidad en las prendas con que se cubría. Jamás se les faltaba al respeto
y quizá fuera mejor, al fin y al cabo, que se encarasen con la realidad. En el
Congo no era raro que un sacerdote se disfrazara de mujer y le tratasen con afecto
llamándole «la gran madre».
En mi opinión
hay dos posibles teorías sobre este asunto, ambas no desprovistas de razón. La
primera es que, verdaderamente, existe una conexión entre los temperamentos
homosexuales y los poderes, psíquicos inusitados. La segunda, que la
homosexualidad es eliminada cuando una religión que la admite es desplazada por
otra nueva. Los dioses de la anterior conviértense en demonios para la
posterior. Los ritos poéticos de una edad son desplazados por la magia negra de
la siguiente.
Según Charles
Darwin, no se conoce en la naturaleza mayor rivalidad que la existente entre
una especie determinada y la anterior de donde aquella proviene. Lo mismo pasa
en religión. Los cristianos abominaban las formas paganas del culto. Aquellas prácticas,
según ellos, estaban inspiradas por el diablo. Por lo mismo, la nota homosexual
característica de antiguos ritos era considerada como algo obsceno y
antinatural. Luego vinieron los magos y satanistas para ultrajar al
cristianismo en sus propias imágenes y símbolos.
En todo esto
hay un elemento imperante: el terror. Los que no quisieron renegar de sus
propias creencias son intimidados para que lo hagan. Los protestantes han
atribuido a los sacerdotes católicos poderes e influencias de carácter mágico,
para enfrentarlos con las turbas fanatizadas. Un vivísimo ejemplo lo tenemos en
la guerra religiosa de Irlanda del Norte entre católicos y protestantes.
Los judíos establecieron el
culto a Jehová como una réplica a la religión de los sirios, que era naturalista.
De esta manera el judaísmo vino a ser como un germen de la religión cristiana.
Lo primero que los judíos hicieron fue denunciar a los sacerdotes y adoradores
de Baal y Astarté como hechiceros y adivinos poseídos por el demonio. Los
cultos denunciados eran de carácter sexual, basados en el placer y en el
carácter sagrado del sexo, pero después judíos y cristianos cerraron los ojos a
esta realidad, sin ver en lo sexual más que una abyección. Quienes practicaban
religiosamente los ritos sexuales eran condenados como adoradores de Belzebú.
El cristianismo medieval asociaba constantemente la homosexualidad con la
herejía, llegando a tal punto que la palabra francesa «hérite» o «hérétique» se
empleaba a veces en ambos sentidos. También «bougre» o «boulgarian» solía
usarse en los dos sentidos, aunque con este último término se designaba a una
secta hereje nacida en Bulgaria.
Aclaremos que tras esta
secular e implacable persecución del homosexualismo se ocultaba, más bien, una
gran aversión a los primitivos estatutos sociales. Las religiones primitivas no
sólo eran de carácter sexual, sino que estaban fundadas en una estructura
matriarcal de la sociedad. Era la hembra quien dominaba en la tribu. Sus
deidades eran femeninas. A su culto se dedicaban sacerdotisas y profetisas
principalmente. Cuál sería el ámbito de aquella sociedad primitiva, es cosa
difícil de averiguar. Lo cierto es que subsisten algunos rasgos de aquellas
instituciones matriarcales. Buena muestra es la que proporciona la religión
Wicca.
Vigente el cristianismo, los
ritos matriarcales tuvieron que practicarse en la clandestinidad, buscando para
ello lugares del campo apartados. La bruja es como una reliquia de aquellas
sacerdotisas antiguas, que también curaban con hierbas y conjuros mágicos.
Dentro de su hogar conserva los atributos y emblemas del culto primitivo. Sigue
practicando sus ritos cuando mudan las estaciones. Estudia la meteorología para
poder interpretar sus fenómenos. La escoba, la rueca, el caldero, la horquilla
y cierta clase de animales domésticos siguen siendo sus símbolos, dada su
relación con el antiguo simbolismo de una Madre diosa.
Llegada su hora a la
institución matriarcal y afianzado el dominio del varón, no muere por eso la
Vieja Religión, pero es posible que en ella se infiltren elementos extraños,
uno de ellos el homosexual. La religión es un pretexto para el que quiere
ejercer esas prácticas de las que está excluido el hombre «normal». La religión
nueva condena a la religión vieja, empezando por la mu-jer como cabeza
espiritual y siguiendo por el homosexual como imitador de la hembra.
No es simple coincidencia,
cuando se hace un estudio comparativo de las religiones, que exista esa
conexión entre el choupan y el angakok, el koyer y el chaman, el bersahe y el
docto en brujería, el basir de los dyks y el sacerdote-niño en los templos del
Perú y entre los budistas de Ceilán, China y Birmania. Todos estos casos vienen
a demostrar la idoneidad o aptitud del homosexual para el sacerdocio y la adivinación.
La tendencia actual, de atribuir un significado diabólico a los ritos y cultos
primitivos, puede encubrir el deseo de suprimir a los homosexuales de nuestro
medio, prefiriendo creer que al no reconocerlos nosotros, desaparecerán por sí
mismos.
Es tal, sin embargo, la
humana naturaleza, con esa determinación de borrar hasta el último vestigio de
las antiguas tradiciones y ritos, que vemos cómo la sociedad está cambiando
continuamente, al sentirse cada año la necesidad de acusar a uno de nuestras
propias filas, señalándolo como un homosexual igual que antes se acusaba a las
brujas. Vilipendiar a una minoría es quizá la forma moderna de hacer
sacrificios y, de esta manera, purgar nuestras culpas. Son corrientes las
acusaciones de homo-sexualidad contra órdenes religiosas, entre ellas la de los
Caballeros Templarios. Los periódicos hablan mucho de «líos» entre curas y
frailes. En Inglaterra, el pastor protestante, el párroco, el niño del coro,
son los más expuestos a esta clase de críticas. Todo lo cual demuestra que el
«tercer sexo» abunda en los círculos religiosos.
La ciencia nos presenta al
homosexual de una manera muy distinta a como lo hacen la religión y la moral
hoy día dominantes. Ahora es cuando empezamos a darnos cuenta de que ese
fenómeno temperamental está más difundido en el mundo de lo que vulgarmente se
cree. No se trata, pues, de casos aislados. Tampoco podemos incluirlo en la
categoría de acciones pecaminosas o hechos delictivos, que deben reprimirse con
rigores a ultranza.
Ya empieza a haber alguna
comprensión en la sociedad sofisticada de nuestros días, aunque antes de que
esa comprensión sea total será necesario cubrir diversas etapas. Se han dado ya
los primeros pasos hacia una acción común. Es prematuro decir cuál será el
último, más el hecho no deja de ser significativo.
Volviendo a las sociedades
primitivas, vemos que en ellas el hombre «normal» se dedicaba casi
exclusivamente a la caza y la guerra, mientras que la mujer se encargaba de las
labores del campo y las que siguen denominándose «propias de su sexo». Ellos y
ellas pasábanse los días trabajando en sus menesteres propios para poder
subsistir. Pero la sociedad evoluciona, y al evolucionar exige al hombre el
cumplimiento de muchas más funciones. Surge entonces un factor nuevo, el del
«hombre inter-medio», factor que debe tomarse en consideración. Si no fuera por
estos hombres —y mujeres también— de tipo intermedio, la vida social no habría
evolucionado un ápice desde la fase primitiva hasta nuestros días. Hombres y
mujeres seguirían dedicándose al trabajo peculiar de cada uno sin otra
finalidad que procurarse el sustento, o sea, crecer y vegetar como los árboles
y las plantas.
El hombre no bélico y la
mujer no doméstica buscan la forma de dar salida y canalizar esas energías que
no saben gastar en la guerra, en la caza ni en los menesteres caseros. Se hacen
curanderos, exorcistas, profetas o profetisas. Son los que sientan las bases
del sacerdocio, la ciencia, la literatura y el arte. Lo que fue originariamente
una desviación del instinto sexual trajo consigo importantes diferenciaciones
en la vida y las actividades sociales humanas.
Nuevamente, en la era que
vivimos, vuelve a presentarse la probabilidad de que esos hombres y esas
mujeres de tipo intermedio se conviertan en la gran fuerza impulsadora del
progreso. Y es que la naturaleza del hombre intermedio, al no pertenecer
totalmente a ninguna de las dos ramas progenituras del género humano, no puede
hallar satisfacción en las actividades reservadas a una sola de ellas. Debe, por
tanto, crearse una esfera de actividades para sí mismo, pues ya no cuenta con
la seguridad, con el escudo protector de la religión para salvaguardar sus
necesidades y satisfacer sus deseos en este mundo. Por otra parte, como ese
hombre se siente distinto de la mayoría, sin la ayuda de una educación superior
a la que no tiene acceso, sabe que si alguien le busca por un lado, por otro el
resto le desprecia. Objeto de admiración unas veces y de repugnancia las más,
no cesa de preguntarse:
— ¿Quién soy yo? ¿A dónde
voy? ¿Cuál es mi puesto? ¿Estoy condenado a vivir en un mundo nebuloso donde ni
eres hombre ni eres mujer?
Acaso el pobre se haga
ilusiones, como ya sucedió en el pasado, cuando contaban con él por sus dotes
psíquicas. Pero el papel de vidente le ha sido vedado. Al no tener cabida en
los medios ilustrados, él mismo ha tenido que proveer a una propia y exclusiva
cultura —una subcultura, mejor diríamos— compatible con su temperamento, y que
hoy se revela al mundo como una fuerza vital.
Esa persona intermedia de
cultura inferior está necesitada de guía espiritual. Potencialmente está muy
bien dotada para la percepción extrasensorial, pero aún sigue buscando una
forma de dar salida y encauzar ese portentoso caudal de energía. Si no lo hace,
ese hombre, o sea mujer, no es un ser completo. Negarle derecho a la existencia
no es resolver el problema. Negar a un hombre el derecho a superarse
espiritualmente, es añadir un pe-cado más —el pecado contra el Espíritu, de que
habla el Evangelio— a la ya larga lista de injusticias sociales.
Si no reconocemos ese
derecho nos exponemos a una situación de las más conflictivas. El homosexual no
ha de tardar en darse cuenta de que otros, como él, están faltos de amor, de
comprensión, de ayuda y asistencia. La miseria ha sido en todos los tiempos una
gran fuerza cohesiva que ha engendrado revoluciones.
Todas las sub-culturas ganan
en fuerza cuando se unen por lazos de hermandad, aunque sea temporalmente.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los refugios de Londres crearon lazos de
simpatía entre personas que no tenían razones para gustarse mutuamente.
Mientras las bombas alemanas
llovían sobre la City, millares de refugiados, formando ingentes grupos,
apretujábanse dentro de aquellos túneles bajo tierra que para todos representaban
la salvación. Todos eran iguales y allí se sentían como hermanos. Y es que la
desgracia, la pobreza y el desamparo son grandes fuerzas cohesivas, capaces de
causar cambios revolucionarios que son largamente recordados y sirven para
llenar muchas páginas en los textos históricos.
Si somos realistas veremos
que la fusión en una persona de las características masculinas y femeninas
puede engendrar percepciones tan sutiles, tan completas, tan instantáneas como
las concebidas por la mente de un genio. Algunas de estas personas dan muestra
de una capacidad intuitiva tan grande que, sin saberse cómo ni por qué, se
enteran de cosas cuyo conocimiento no es accesible a las mentalidades
corrientes. El temperamento homosexual es tabú, pero como todos los tabúes, puede
trocarse en ventajas para la sociedad actual, lo mismo que sucedió en las
sociedades primitivas. La ocupación de los homosexuales en algo positivo (como
videntes, por ejemplo) podría contrarrestar las influencias negativas de estas
personas, unidas ahora en la adversidad para atraer la venganza sobre una
sociedad que les ha rechazado, les ha hecho sentirse extraños y no permite que
se les reconozca ninguna virtud, de cualquier índole que sea.
Creo, pues, que en atención
a las razones expuestas y dentro del ámbito de la brujería, deberíamos reservar
un espacio para esos homosexuales tenidos ahora como una escoria de la
sociedad, invitándolos a desarrollar sus facultades intuitivas. No quiero decir
que se les eleve a cierta clase de jerarquías, las cuales no ocuparon jamás en
la religión Wicca. Lo cierto es que hay muchos miembros de la brujería
incapaces de atender las copiosas demandas de ayuda que reciben, pues ni su
tiempo ni sus reservas psíquicas lo permiten. El homosexual podría ser
instruido para socorrer a otros individuos menos afortunados que están en
apuros. Claro que para eso se debe someter a una disciplina constante. Lo
primero de todo es no decir que tal o cual persona comete pecado por llevar una
clase de vida distinta. Yo creo que en la interpretación del pecado,
precisamente, es donde podemos ayudar al homosexual a integrarse de nuevo en la
sociedad. No hay nadie que pueda rendir lo suficiente bajo la carga de un
complejo, y menos cuando éste es de orden moral. Es entonces cuando las fuerzas
negativas del mal encuentran terreno abonado donde sembrar la cizaña.
Meterse en actividades
religiosas como medio de vida no tiene nada de fácil. En brujería, por lo
menos, que nadie se haga la ilusión de ingresar si no está completamente
enterado de nuestra doctrina y se muestra dispuesto a cumplirla. Estaría muy
equivocado un homosexual que ingresara en nuestra comunidad tomándola como un
medio de excusa a lo inexcusable dentro de su posición. El individuo no puede
inventar sus propias reglas de conducta, si bien es admisible que elabore sus
propios criterios y proceda con arreglo a los mismos, pero siempre partiendo de
aquel código brujeril. La certeza de este criterio puede manifestarse, en
ocasiones, bajo la forma de una aparición. Así, el choupan se considera angakok
cuando su propio doble se le revela desde el más allá. Idéntica seguridad se
adquiere al iniciarse en la religión yogui, de la India, cuando el dios —en
este caso— se aparece al estudiante bajo la forma de profesor o «gurú»39.
Se sabe también de casos, entre los santos cristianos, a quienes se manifiesta
la divinidad, en la forma de Jesús o María, como culminación de un magno y
agotador esfuerzo en la práctica de sus devociones.
Esto simboliza la apertura
de un área de percepción totalmente nueva. Es lo que puede ocurrir cuando el
alma, en su desarrollo perfectivo, experimenta uno de esos magnos impulsos, de
esas grandes crisis; es como un retoño que al brotar se desprende de su
cubierta protectora. En este momento es cuando se revela el nuevo orden, la
nueva vida, como una aparición en los gloriosos esplendores de la divinidad.
Muchos homosexuales desean
provocar esos estados alucinatorios a fuerza de drogas, movidos por la
esperanza de adentrarse en un mundo espiritual distinto, a diferencia de los no
homosexuales, que usan las drogas para evadirse de las responsabilidades del
mundo material. Si quiere infundirse ánimo a aquel homosexual mentalmente
espiritualizado, lo mejor —en vez de darle drogas— es hacerle olvidar los
motivos de su odio, que empiece a ver la vida como una plácida y prometedora
experiencia en la que puede realizarse sin temor a ser rechazado. Si hay un
sector de la Humanidad necesitado de guía religiosa, es el de los homosexuales.
Y esa guía bien pueden hallarla en una religión matriarcal como la nuestra.
Nosotros no queremos que purguen un pecado; sólo que rectifiquen y nada más. La
vida la enfocamos siempre en sus aspectos positivos, no negativos.
No puedo pasar por alto el
hecho de que muchas religiones asignan un puesto privilegiado al hermafrodita o
bisexual. Cierto que la bisexualidad está íntimamente ligada a la
homosexualidad, y el caso es que esa doble característica ha sido atribuida, a
más de una deidad.
Brahma, en la mitología
hindú, suele representarse como un ser bisexual. Siva, la más popular de las
deidades hindúes, también es bisexual. En el gran templo de Elefanta, Siva
aparece grabado en sucesivos paneles. (En el primer panel es un ser humano
perfecto, en pleno desarrollo; el lado izquierdo de la figura, sin embargo, es
marcadamente femenino, y el lado derecho excesivamente masculino. Dominan el
panel los dos tipos de órganos sexuales. En el panel siguiente se ve a Siva
como el varón perfecto con su pareja femenina perfecta, al lado suyo; el
consorte es Sakti o Parvati.) Son numerosas las repre-sentaciones, en la
literatura y arte hindúes, de Siva en su papel bisexual. Resulta interesante
'comparar este fenómeno con el relato de Elohim en el capítulo I del Génesis.
Nos encontramos con que «Elohim creó el hombre a su propia imagen, a imagen de
Elohim lo creó, los creó varón y hembra». Hay algunos teorizantes para quienes
esto significa, no sólo que el primer hombre era herma-frodita, sino que «el
propio creador era también de tal naturaleza».
En el Midrasch, Rabbi
Samuel-bar-Nachman dice: «Adán, al ser creado por Dios, era un hombre-mujer»
(andrógino)40 Esta teoría la sostiene también Maimónides, diciendo que «Adán y
Eva fueron creados juntos, unidos por las espaldas, mas Dios dividió este doble
ser, y tomando una mitad (Eva) la dio a la otra mitad (Adán) a fin de que le
sirviese de compañía».
En el Brihadaranyaka
Vpanishad, la evolución de Brahma es descrita así: «En los comienzos del mundo
hallábase él sólo, bajo la forma de una persona. Más no experimentaba ningún
deleite. Quería estar acompañado. Era tan grande como una mujer y un hombre
juntos. Entonces hizo de sí dos mitades, de las que salieron el primer marido y
la primera mujer.»
Por eso decía Yagnavalka:
—Somos
igual que un guisante partido en dos.
Estos singulares relatos de
las creaciones de Adán y Brahma sugieren la idea de que los dioses eran
concebidos de una manera antropomórfica, y dentro de ella, con doble sexo. Así
se explica fácilmente que el hombre, de-seando siempre emular a sus dioses, se
viera él mismo con doble sexo también.
El dios sirio
Baal es a veces representado con doble sexo en combinación con la diosa
Astarté. Una invocación popular decía: «Óyenos, Baal, seas dios o diosa.» Baal
era representado como andrógino y también Mitra. Hay muchos monumentos
mitraicos donde aparecen los símbolos combinados de la deidad masculina y
femenina. Venus y Afrodita eran adoradas en una doble forma. En Chipre había
una masculina y barbuda imagen de Venus, pero en atuendo femenino. Los
sacrificios eran ofrecidos a aquella estatua por hombres vestidos de mujer y
mujeres vestidas de hombres. Esta deidad, barbuda y femenina a la vez, es
conocida por dos nombres distintos: Afroditos y Venus Mylitta; su culto tenía
como escena-rios principales Siria y Chipre.
En Egipto se
conocía también una representación barbuda de Isis con un Horus niño en los
brazos. Asimismo se ha descubierto una representación andrógina de la diosa
Neith, con un miembro masculino bien erecto. Lo mismo podemos decir de la diosa
Friga o Freya, versión nórdica de Venus. La representaban con los órganos de
ambos sexos, empuñando una espada con la diestra y un arco con la izquierda.
Ciertas alusiones a Zeus y unas preces a Adonis nos presentan al primero como
hombre y «eterna virgen» a un mismo tiempo, y al segundo como «un joven de
abundante y graciosa cabellera, doncella y doncel».
Dionisos, una
de las figuras más notables en la mitología griega, es mostrado a menudo como
un andrógino40. Eurípides dice de él que «está femeninamente formado»,
y los himnos órficos refiéranse a él como bisexual. Arístides escribió un largo
discurso sobre Dionisos, diciendo entre otras cosas: «Así, pues, el dios es
varón y hembra. Sus formas están de acuerdo con este doble carácter. Para los
jóvenes es una doncella, y para las doncellas es un mancebo; para los hombres
en general, es un joven imberbe de una vitalidad desbordante.»
En el Museo de
Napoles hay una cabeza de Dionisos artísticamente modelada. Aunque con barba,
su expresión es inequívocamente femenina. A Apolo se le ve con frecuencia bajo
una forma esencialmente femenina, con las siluetas bastante acentuadas. El gran
héroe Aquiles, habiendo pasado la juventud entre mujeres, vestíase con ropas
femeninas. En el Louvre de París hay una estatua yacente hermafrodita, en
mármol, y tres elegantes bronces de Venus. Estas últimas figuras están de pie,
mostrando órganos masculinos. Yo creo que la explicación nos viene dada por el
sentido religioso de estas representaciones hermafroditas.
Como el arte relata su misma
historia —a veces el sueño realizado de una persona— es evidente que el doble
sexo, o un sexo que combinase las características del varón y la hembra, alucinaban
las mentes de aquellos pueblos antiguos. Sabemos que, en forma literal, no ha
sido producido ningún ser humano con un equipo completo de órganos femeninos y
masculinos capaces de cumplir las funciones de los dos sexos. Pero sabemos
también que son numerosas las formas intermedias de machos y hembras que tienen
un equipo de órganos capaces de funcionar, y sin embargo, están provistos
también de otro equipo del sexo opuesto. Siendo así, es probable que la
influencia de tales tipos intermedios la hubiesen conocido en tiempos pasados,
y se hubiera querido registrar y perpetuar el recuerdo de este fenómeno.
Desde el punto de vista
artístico es interesante notar que el tipo andrógino ha tenido su propia
evolución. En tiempos antiguos, las figuras tenían un simbolismo grotesco, mas
luego se hicieron más graciosas y realistas. El dios indio Siva, en ambas
formas sexuales, y las figuras barbudas de Afrodita y de Isis, son de una
crudeza que impone. No obstante, el Mitra persa no lo presentan con ese aspecto
monstruoso, sino como un hombre joven y hermoso de líneas femeninas. Igual
ocurre con el Adonis griego. Cuando un varón es representado con forma
femenina, es gracioso: no a la inversa. Es un punto en el que están de acuerdo
conmigo los entendidos en arte, cada vez que abordamos el tema de la
sexualidad: el varón homosexual puede ser físicamente bello, mas su equivalente
lesbiano parece grotesco en comparación.
En brujería, en la religión
Wicca, nosotros reconocemos que la deidad tiene dos caras, alternando entre Pan
y Diana. ¿Cómo negar que la homosexualidad halle un puesto en el movimiento
religioso de la brujería? Seguro que la razón básica en que todas las
religiones se apoyan, es la necesidad de enlazar al hombre con algo que le
supera en grandiosidad. Puede variar el nombre de la deidad, más las razones de
este reconocimiento son iguales en todas las lenguas. A veces olvidamos que si
las formas de la religión fueron inventadas se debió a que nosotros no somos
perfectos, y sólo podemos fijarnos en la figura de un dios como prototipo de la
perfección que nosotros buscamos. Si consideramos la religión abierta tan sólo
a los «puros de corazón», o si hablásemos tan sólo a los ya iniciados o
convertidos, entonces fallamos en el punto más esencial que afecta a la
religión. Personalmente, yo creo que la inscripción en la Estatua de la
Libertad contiene un mensaje religioso, al decir:
«Traedme a los pobres, a los
cansados, a los oprimidos que anhelan la libertad, al triste desecho de vuestra
prolífica costa; enviadme a éstos, a los carentes de hogar, los asolados por la
tempestad; junto a la puerta de oro estoy yo, con mi antorcha levantada.»
39. En este caso, «gurú» es
una voz sánscrita que significa maestro en el sentido didáctico de instructor
de alguna disciplina científica, ética y filosófica. Sólo se aplica con
referencia a los discípulos que siguen dichas enseñanzas. (N. del R.)
40. Aunque hermafrodita y
andrógino suelen emplearse como sinónimos, en filosofía ocultista no son
exactamente lo mismo. El andrógino es el ser que reúne en su cuerpo a la vez
los órganos masculinos y femeninos, pero que para procrear necesita ayudarse
con otro individuo de su especie. En cambio, el hermafrodita, que también reúne
los órganos de ambos sexos, se basta a sí mismo para la reproducción, o sea,
que viene a ser un andrógino más evolucionado. (N. del R.)
Sybil Leek
22 de febrero de 1917 - 26
de octubre de 1982
Texto Tomado Integro del
Capítulo 11 del libro ‟El Arte Completo De La Brujería” 1990
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