lunes, 22 de agosto de 2016

BRUJERÍA Y HOMOSEXUALIDAD


Una pregunta me vienen formulando con insistencia, desde hace poco relativamente, cosa de unos tres años.
— ¿Hay sitio en la brujería para el homosexual? Esta pregunta casi hirió mi reputación. Por primera vez me la hicieron cuando daba una conferencia, en Chicago, y luego me han vuelto a plantear la misma cuestión en conversaciones privadas y miles de cartas, venidas de todo el mundo. Como es natural, algo había que hacer para llegar a una conclusión. Básicamente ya sabemos que no existe ninguna religión exclusiva para mujeres o para hombres. Como es natural, tampoco la hay para los integrantes del llamado «tercer sexo». Pero esto no es más que un razonamiento. No constituye una respuesta categórica. El caso es que estos homosexuales se han dirigido a mí, diciéndome que no son bien recibidos en las religiones clásicas, y en cambio es un hecho probado que la homosexualidad estaba admitida en las religiones antiguas. Nos inclinamos a dar una opinión personal, y para ello se necesita un largo rodeo.
La brujería es una religión matriarcal que reconoce la Fuerza de la Vida como lazo de unión entre todos sus asociados. En esta breve fórmula no hay base o punto de partida que permita entrever alguna relación entre la Vieja Religión y la homosexualidad. Sin embargo, yo me he adentrado en el estudio de la historia antigua y de este estudio han salido sorprendentes descubrimientos. Ignoro los volúmenes que he consultado a la busca de datos que aclaren esta cuestión. Por aquí y por allá empecé a hallar referencias, no sólo en los libros sino también en el campo de las relaciones humanas. Convertida en una especie de madre confesora, me fui enterando de muchas cosas llenándome de tristeza el retraimiento que muchos homosexuales se ven obligados a padecer, debido a los prejuicios sociales, si bien la opinión pública ha empezado a cambiar un poco de mentalidad a este respecto, desde hace pocos años. Del mismo modo que los miembros de la religión Wicca salieron a la luz pública dejando de ser ese tipo de sociedad secreta a que estaban condenados, los homosexuales ya han dejado de refugiarse en la sombra del anonimato. En eso hay algo que nos une: la lucha para sobrevivir. Nosotros no hemos logrado aún que se nos comprenda, por ser la nuestra una religión no ortodoxa; y a ellos les pasa lo mismo por considerarse su hábito una conducta antinatural. Nosotros no podemos ir en contra de nuestra fe, nos cueste lo que nos cueste; el homosexual no puede ir contra su propia naturaleza, aunque le cueste un mar de sinsabores.
La juventud de nuestros días ha abierto una era nueva. La religión ortodoxa de sus padres está siendo relegada al olvido. Ellas y ellos tratan de hallar su propio camino hacia las metas espirituales. Lo mismo se valen de drogas que de música rock. El caso es derribar antiguos ídolos y erigir otros, adorando incluso a los sumos sacerdotes de este nuevo y estrepitoso culto. El homosexual necesita también un medio para satisfacer sus anhelos espirituales. Creen en algo más grande y más poderoso que el hombre. Pero el homosexual no puede atacar ninguna religión ortodoxa, pues su posición es la más vulnerable a la crítica. Si quiere adherirse a una de esas religiones y sacar beneficio de ella, será rechazado seguramente. Así se convierte en un proscrito, y necesita encontrar semejantes que lo comprendan. Y va a buscarlos en esos grupos clandestinos al margen de la sociedad, pues no tiene otra oposición. Estos grupos al principio son pequeños. Unos cuantos amigos se reúnen para charlar, beber y hacer el amor. Luego van ensanchándose. En todo el mundo hay clubs de esta clase que hacen su agosto a base de «juke-boxes», salones de baile y tiendas de moda para trajes exóticos.
El nombre es lo de menos. Sin embargo, con esto no se colma su afán de felicidad, cosa muy distinta del placer físico. Eso son, pues, los homosexuales. Seres frustrados que no ven la forma de realizarse plenamente, y con un pavoroso vacío espiritual en sus vidas. Para muchas mentes conservadoras sonará raro eso de la espiritualidad relacionada con el homosexualismo. Eso es consecuencia de una educación trasnochada, herencia del puritanismo, donde se da el caso paradójico de que la virginidad o el celibato se consideran una «virtud», y por otro lado se estimula la procreación con premios a la natalidad y a las familias prolíficas.
Volviendo a mis investigaciones, he hecho un curioso e interesante descubrimiento, y es que hay cierta conexión entre los temperamentos uranianos u homosexuales, y la religión, especialmente en el don de la profecía y en la adivinación. Los versados en el estudio de las religiones no ignoran que en antiguos templos, y dentro de determinados cultos, era práctica muy generalizada criar y educar a ciertos jóvenes de una manera muy afeminada. Estos jóvenes eran elevados a la categoría de sumos sacerdotes o curanderos de las tribus, sin merma del respeto que como simples personas se merecían. Este hecho ha sido desfigurado por historiadores y teólogos, y son pocos los que han comentado la relación existente entre las funciones del homosexualismo y el poder psíquico. Lo que no quiere verse es fácil de ocultar. Con no mirar, basta, actitud tanto más notoria cuanto más altamente sofisticada se vuelve la sociedad.
Como la Biblia es familiar a muchos y es el libro aceptado por nuestra civilización, no me parece inapropiado hallar nuestro primer ejemplo en este libro. En el relato que hace la Biblia del celo reformista del rey Josías (Reyes, 2-23) se dice que «el rey mandó al sumo sacerdote, Helcías; a los sacerdotes del segundo orden y a los que hacían guardia a la puerta, que sacaran del templo de Yahvé todos los enseres que habían sido hechos para Baal, para Asera y para toda la milicia del cielo, y los quemó fuera de Jerusalén, en el valle de Cedrón, e hizo llevar las cenizas a Betel. Y derribó las casas de los sodomitas que estaban junto a la casa del Señor, donde las mujeres tejían tiendas para Asera...»
Es curioso que la palabra «sodomitas», así traducida, tenga un significado maligno, porque la palabra hebrea similar «kedeshim» quiere decir «los consagrados» (varones) o más bien «los puros». Es dudoso que la palabra haya sido bien traducida. Más claro parece que estos hombres no eran tales, sino pertenecientes a la casta de las «kedeshath» o mujeres sagradas, semejante a las Deva-dais de los templos hindúes, especie de cortesanas que compartían funciones de índole tanto espiritual como carnal. Por raro que parezca a las mentes modernas, es muy probable que tanto hombres como mujeres asociaran una especie de servicio carnal con las funciones proféticas.
En Siria, los esclavos sagrados, o «kedeshim», recibían el mismo trato respetuoso que los profetas, llamándose unos y otros «hombres del dios». En otras palabras, el profeta y el esclavo sagrado eran «médiums» inspirados en quienes el mismo dios se manifestaba de vez en cuando, ya con palabras, ya con hechos, convirtiéndose en encarnaciones temporales de la deidad. Pero mientras los profetas tenían libertad para desplazarse por todo el país, parece que los «kedeshim» estaban adscritos regularmente a un santuario específico. Es de suponer, pues, que tenían unas obligaciones particulares a cumplir en el templo, algunas de las cuales habrían escandalizado a los espectadores, caso de haberlos. (Casi todas las religiones antiguas estaban involucradas con ritos sexuales; el símbolo fálico era corriente en los templos.)
Según el pasaje de la Biblia, es presumible que las prácticas religiosas de los cananeos incluyeran los servicios de varones, a modo de cortesanos, adscritos a los templos y viviendo en su interior, así como mujeres consagradas, y que las ceremonias del culto fueran en gran parte de carácter sexual. Es probable que el origen de estas ceremonias fuera el sexo mismo, como símbolo de la fertilidad y como tal favorable a la agricultura y a las buenas cosechas. La palabra Asera que hemos citado, parece referirse a los ritos sexuales. En hebreo, aunque su traducción es el nombre de una ermita, más bien parece referirse a un poste de madera o a un árbol despojado de sus ramas y trasplantado junto al altar, sea éste consagrado a Jehová o algún otro dios. Un pasaje bíblico de Jeremías (11:27) sugiere que «Asera» era el emblema de Baal y también el órgano masculino; por tanto, podríamos considerarlo como un emblema fálico. Aunque los custodios de la ermita se hubiesen infiltrado en el templo judío, es probable que los cortesanos fueran aborrecidos por los más celosos adictos a Jehová, puesto que estaban perpetuando el culto rival de los dioses sirios Baal y Astarté. El «Kedeshim», en realidad, era consagrado a Dea Syria, madre de los dioses, y se sabe que conocía las fórmulas para conjurar los espíritus. En el Libro II de los Reyes (21) leemos que Manases hizo edificar en lugares elevados «las ermitas y altares para Baal». Hizo también que su hijo pasara a través del fuego, instituyó evocado-res de los espíritus y adivinadores del porvenir. También alzó la Asera en la casa del Señor. Su nieto Josías deshizo todo esto y expulsó del país a los evocadores y a los adivinadores, «junto con los Kedeshim». Parece, pues, con respecto a Siria y el texto bíblico, que existe una cierta conexión entre el homosexualismo, el sacerdocio y el don profético.
. Siglos después, hallamos una semejanza entre las costumbres de Siria y la de los negros de la costa occidental africana. En esta región hay unas mujeres llamadas Kosio, asignadas a los templos como esposas, sacerdotisas y concubinas de la gran Serpiente Pitón. Pero además de las mujeres, también hay hombres Kosio, que se hacen sacerdotes, y no hay diferencia en sus ideas y costumbres. Son muchos los puntos de contacto entre los antiguos profetas de Israel y los africanos occidentales del siglo xx, lo cual es un detalle curioso, por cuanto demuestra la relación existente entre la homosexualidad, la profecía y el sacerdocio
En el estrecho de Bering, entre las tribus de Kam-chadales, Chutchkis, Inoits y Koriaks, la homosexualidad es una cosa corriente, y es notable su relación con el chamanismo o vocación sacerdotal. Es frecuente que bajo la influencia sobrenatural de uno de los chamanes, algún adolescente renuncie a su sexo y anuncie que es una mujer. Deja que le crezca el cabello y se dedica por completo a tareas femeninas. Por último, el que ha renegado de su sexo toma un marido y lo lleva a su choza, donde desempeña las funciones de un ama de casa, en el papel que corresponde a una esposa. Este cambio anormal de sexo es fomentado por los chamanes, que lo interpretan como un mandato de su deidad personal. El cambio de sexo parece ser el principio de un aprendizaje para hacerse chamán, sobre todo en la tribu Chutchki.
Entre los Koriaks, los hombres ocupan la posición de concubinas; al anunciar públicamente su cambio de sexo los pasan a la categoría de intérpretes de sueños. Entre los aborígenes de América del Norte, el hecho de que un hombre tenga contacto con otro de su mismo sexo no tiene ningún sentido oprobioso. En Koriak, tal clase de compañía se considera, por el contrario, como una gran adquisición. Los hombres afeminados, lejos de ser despreciados, son mirados con respeto por la gente y considerados como hechiceros.
El escritor Elie Reclus, en su serie Primitive Folks, hablando de los Inoits, dice:
«¿Hay un niño que tenga una faz hermosa y ademanes graciosos? La madre ya no le deja jugar con compañeros de su edad. Le viste y le educa como a una niña. Cualquier desconocido se sentiría decepcionado por su sexo. Cuando ha cumplido los quince, la supuesta niña es vendida por una fuerte suma a una persona pudiente. Los Choupans o jóvenes de esta clase son altamente cotizados por los Konyagas. Por otra parte, entre los esquimales y pueblos afines, especialmente en el Yuñón, hay chicas que rehúyen el matrimonio y la maternidad, cambiando de sexo por así decirlo. Viven igual que los chicos, adoptando su indumentaria y maneras. Cazan el ciervo. No tienen miedo en la caza ni sienten fatiga en la pesca.»
Reclus sigue diciendo que los Choupans suelen dedicarse al sacerdocio, aunque no todos reúnen condiciones. Los que ya ejercen se cuidan de reclutarlos entre los aspirantes. Los buscan de edad temprana, lo mismo chicos que chicas, pues no se limitan a un sexo. Los aspirantes escogidos sufren una serie de pruebas, siendo disciplinados por la abstinencia y prolongadas vigilias hasta que aprenden a dominar sus instintos y a padecer con estoicismo toda clase de penas, haciendo que el cuerpo se someta al espíritu, sin vacilar. Los aspirantes son instruidos sobre las virtudes de la soledad y la meditación —lo que ellos llaman beber en la luz— absorbiendo los resplandores de las auroras boreales, la luz plateada de la luna y el viento que solloza sobre los desolados témpanos. Cuando el estudiante ha pasado esta prueba de la soledad, se le tiene por suficientemente capacitado para hablar con los grandes espíritus y el Choupan asciende a la categoría de augakok o sacerdote.
Aquí es donde el Choupan adquiere una semejanza con los Kedeshim yKedeshot de los cultos sirios, así como con los Kosio de África. Tan pronto como el Chou-pan se convierte en augakok, la tribu pone a su disposición un buen lote de chicas, de agradable presencia, gracia y excelente disposición para videntes, curanderas, sacerdotisas y profetisas. El augadok las perfecciona en la danza y otras actividades, iniciándolas finalmente en los placeres del amor. Pero las «chicas» cedidas al augakok son los jóvenes escogidos que carecen de sexo o se lo han extirpado. Serían mirados como impuros si antes no hubieran sido purificados por un rito especial. El método parece ser, primero, esterilizar el Choupan en ciernes, de tal forma que el sexo ya no tenga importancia para él como goce voluptuoso y luego se le hace experimentar el placer hasta quedar saciado, lo mismo sirviéndose de un varón que de una hembra.
Entre los indios de Illinois, se escogen hombres afeminados para que estén presentes en la solemne danza del «calumet» o pipa sagrada. Pero no son invitados a bailar ni a cantar. En cambio asisten a los consejos de ancianos, y no se decide nada sin consultar su opinión. Por su manera anormal de vivir, el indio homosexual es considerado como un manitou o ser sobrenatural, y por tanto, como un personaje. Los indios sioux, los sacs y los fox dan al menos una fiesta al año en honor del Berdashe, un hombre vestido con ropas femeninas. No es que vista así para esta ocasión, sino que va así el año entero. A cambio de este privilegio, tiene que trabajar para la tribu en las más arduas tareas, pues se le cree dotado de poderes extraordinarios. Todo esto viene a significar que el homosexualismo es un hecho y hasta contribuye al bienestar de la tribu por las dotes intuitivas de quienes lo practican, muy superiores a la capacidad normal.
Un padre jesuita, llamado Lafitan, que fue asimismo un fecundo escritor, expuso en 1724 sus experiencias entre las tribus norteamericanas. Hablaba de mujeres que poseían el valor viril, y se gloriaban por sus hazañas guerreras, es decir por unas cualidades que parecían reservadas a los hombres. Sin embargo, en contubernio con estas mujeres había hombres que imitaban los ademanes femeninos y que tenían a mucha honra ocuparse en los menesteres del sexo débil. Renunciaban al matrimonio pero participaban en todas las ceremonias de algún carácter religioso. Tal género de vida haciéndoles acreedores al respeto del resto de la tribu. El padre Lafitan menciona especialmente los illinois, los sioux, y las tribus de Louisiana, Florida y el Yucatán. Sienta la hipótesis de que estos indios homosexuales, tan conectados con la religión, son la misma clase de gente que los adoradores de Cibeles en el Asia Menor, o unos orientales que consagraban a la diosa de Frigia o a la Venus Urania ciertos sacerdotes vestidos de mujeres, los cuales afectaban actitudes afeminadas, se pintaban la cara y deseaban ser parte de un sexo falseado.
Los antiguos escandinavos y los patagones nos proporcionan también ejemplos que ilustran nuestra opinión. Casi todas las viejas civilizaciones daban por descontado que en todas las especies, la humana incluida, la hembra era más sensible que el macho y por ende, estaba más preparada para entender los misterios del universo y averiguar las necesidades de sus semejantes. De ahí viene el origen del matriarcado. La idea de una mujer jefe de la religión fue desterrada desde el triunfo del Cristianismo, pero aún quedan reminiscencias matriarcales en religiones ortodoxas, las cuales exigen que los sacerdotes usen faldas largas a modo de hábitos.
La forma de vestir no es prueba de homosexualidad. Sin embargo, en tiempos antiguos se exigía al homosexual que no viviese en un mundo de sombras, sino que proclamara su feminidad en las prendas con que se cubría. Jamás se les faltaba al respeto y quizá fuera mejor, al fin y al cabo, que se encarasen con la realidad. En el Congo no era raro que un sacerdote se disfrazara de mujer y le tratasen con afecto llamándole «la gran madre».
En mi opinión hay dos posibles teorías sobre este asunto, ambas no desprovistas de razón. La primera es que, verdaderamente, existe una conexión entre los temperamentos homosexuales y los poderes, psíquicos inusitados. La segunda, que la homosexualidad es eliminada cuando una religión que la admite es desplazada por otra nueva. Los dioses de la anterior conviértense en demonios para la posterior. Los ritos poéticos de una edad son desplazados por la magia negra de la siguiente.
Según Charles Darwin, no se conoce en la naturaleza mayor rivalidad que la existente entre una especie determinada y la anterior de donde aquella proviene. Lo mismo pasa en religión. Los cristianos abominaban las formas paganas del culto. Aquellas prácticas, según ellos, estaban inspiradas por el diablo. Por lo mismo, la nota homosexual característica de antiguos ritos era considerada como algo obsceno y antinatural. Luego vinieron los magos y satanistas para ultrajar al cristianismo en sus propias imágenes y símbolos.
En todo esto hay un elemento imperante: el terror. Los que no quisieron renegar de sus propias creencias son intimidados para que lo hagan. Los protestantes han atribuido a los sacerdotes católicos poderes e influencias de carácter mágico, para enfrentarlos con las turbas fanatizadas. Un vivísimo ejemplo lo tenemos en la guerra religiosa de Irlanda del Norte entre católicos y protestantes.
Los judíos establecieron el culto a Jehová como una réplica a la religión de los sirios, que era naturalista. De esta manera el judaísmo vino a ser como un germen de la religión cristiana. Lo primero que los judíos hicieron fue denunciar a los sacerdotes y adoradores de Baal y Astarté como hechiceros y adivinos poseídos por el demonio. Los cultos denunciados eran de carácter sexual, basados en el placer y en el carácter sagrado del sexo, pero después judíos y cristianos cerraron los ojos a esta realidad, sin ver en lo sexual más que una abyección. Quienes practicaban religiosamente los ritos sexuales eran condenados como adoradores de Belzebú. El cristianismo medieval asociaba constantemente la homosexualidad con la herejía, llegando a tal punto que la palabra francesa «hérite» o «hérétique» se empleaba a veces en ambos sentidos. También «bougre» o «boulgarian» solía usarse en los dos sentidos, aunque con este último término se designaba a una secta hereje nacida en Bulgaria.
Aclaremos que tras esta secular e implacable persecución del homosexualismo se ocultaba, más bien, una gran aversión a los primitivos estatutos sociales. Las religiones primitivas no sólo eran de carácter sexual, sino que estaban fundadas en una estructura matriarcal de la sociedad. Era la hembra quien dominaba en la tribu. Sus deidades eran femeninas. A su culto se dedicaban sacerdotisas y profetisas principalmente. Cuál sería el ámbito de aquella sociedad primitiva, es cosa difícil de averiguar. Lo cierto es que subsisten algunos rasgos de aquellas instituciones matriarcales. Buena muestra es la que proporciona la religión Wicca.
Vigente el cristianismo, los ritos matriarcales tuvieron que practicarse en la clandestinidad, buscando para ello lugares del campo apartados. La bruja es como una reliquia de aquellas sacerdotisas antiguas, que también curaban con hierbas y conjuros mágicos. Dentro de su hogar conserva los atributos y emblemas del culto primitivo. Sigue practicando sus ritos cuando mudan las estaciones. Estudia la meteorología para poder interpretar sus fenómenos. La escoba, la rueca, el caldero, la horquilla y cierta clase de animales domésticos siguen siendo sus símbolos, dada su relación con el antiguo simbolismo de una Madre diosa.
Llegada su hora a la institución matriarcal y afianzado el dominio del varón, no muere por eso la Vieja Religión, pero es posible que en ella se infiltren elementos extraños, uno de ellos el homosexual. La religión es un pretexto para el que quiere ejercer esas prácticas de las que está excluido el hombre «normal». La religión nueva condena a la religión vieja, empezando por la mu-jer como cabeza espiritual y siguiendo por el homosexual como imitador de la hembra.
No es simple coincidencia, cuando se hace un estudio comparativo de las religiones, que exista esa conexión entre el choupan y el angakok, el koyer y el chaman, el bersahe y el docto en brujería, el basir de los dyks y el sacerdote-niño en los templos del Perú y entre los budistas de Ceilán, China y Birmania. Todos estos casos vienen a demostrar la idoneidad o aptitud del homosexual para el sacerdocio y la adivinación. La tendencia actual, de atribuir un significado diabólico a los ritos y cultos primitivos, puede encubrir el deseo de suprimir a los homosexuales de nuestro medio, prefiriendo creer que al no reconocerlos nosotros, desaparecerán por sí mismos.
Es tal, sin embargo, la humana naturaleza, con esa determinación de borrar hasta el último vestigio de las antiguas tradiciones y ritos, que vemos cómo la sociedad está cambiando continuamente, al sentirse cada año la necesidad de acusar a uno de nuestras propias filas, señalándolo como un homosexual igual que antes se acusaba a las brujas. Vilipendiar a una minoría es quizá la forma moderna de hacer sacrificios y, de esta manera, purgar nuestras culpas. Son corrientes las acusaciones de homo-sexualidad contra órdenes religiosas, entre ellas la de los Caballeros Templarios. Los periódicos hablan mucho de «líos» entre curas y frailes. En Inglaterra, el pastor protestante, el párroco, el niño del coro, son los más expuestos a esta clase de críticas. Todo lo cual demuestra que el «tercer sexo» abunda en los círculos religiosos.
La ciencia nos presenta al homosexual de una manera muy distinta a como lo hacen la religión y la moral hoy día dominantes. Ahora es cuando empezamos a darnos cuenta de que ese fenómeno temperamental está más difundido en el mundo de lo que vulgarmente se cree. No se trata, pues, de casos aislados. Tampoco podemos incluirlo en la categoría de acciones pecaminosas o hechos delictivos, que deben reprimirse con rigores a ultranza.
Ya empieza a haber alguna comprensión en la sociedad sofisticada de nuestros días, aunque antes de que esa comprensión sea total será necesario cubrir diversas etapas. Se han dado ya los primeros pasos hacia una acción común. Es prematuro decir cuál será el último, más el hecho no deja de ser significativo.
Volviendo a las sociedades primitivas, vemos que en ellas el hombre «normal» se dedicaba casi exclusivamente a la caza y la guerra, mientras que la mujer se encargaba de las labores del campo y las que siguen denominándose «propias de su sexo». Ellos y ellas pasábanse los días trabajando en sus menesteres propios para poder subsistir. Pero la sociedad evoluciona, y al evolucionar exige al hombre el cumplimiento de muchas más funciones. Surge entonces un factor nuevo, el del «hombre inter-medio», factor que debe tomarse en consideración. Si no fuera por estos hombres —y mujeres también— de tipo intermedio, la vida social no habría evolucionado un ápice desde la fase primitiva hasta nuestros días. Hombres y mujeres seguirían dedicándose al trabajo peculiar de cada uno sin otra finalidad que procurarse el sustento, o sea, crecer y vegetar como los árboles y las plantas.
El hombre no bélico y la mujer no doméstica buscan la forma de dar salida y canalizar esas energías que no saben gastar en la guerra, en la caza ni en los menesteres caseros. Se hacen curanderos, exorcistas, profetas o profetisas. Son los que sientan las bases del sacerdocio, la ciencia, la literatura y el arte. Lo que fue originariamente una desviación del instinto sexual trajo consigo importantes diferenciaciones en la vida y las actividades sociales humanas.
Nuevamente, en la era que vivimos, vuelve a presentarse la probabilidad de que esos hombres y esas mujeres de tipo intermedio se conviertan en la gran fuerza impulsadora del progreso. Y es que la naturaleza del hombre intermedio, al no pertenecer totalmente a ninguna de las dos ramas progenituras del género humano, no puede hallar satisfacción en las actividades reservadas a una sola de ellas. Debe, por tanto, crearse una esfera de actividades para sí mismo, pues ya no cuenta con la seguridad, con el escudo protector de la religión para salvaguardar sus necesidades y satisfacer sus deseos en este mundo. Por otra parte, como ese hombre se siente distinto de la mayoría, sin la ayuda de una educación superior a la que no tiene acceso, sabe que si alguien le busca por un lado, por otro el resto le desprecia. Objeto de admiración unas veces y de repugnancia las más, no cesa de preguntarse:
— ¿Quién soy yo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi puesto? ¿Estoy condenado a vivir en un mundo nebuloso donde ni eres hombre ni eres mujer?
Acaso el pobre se haga ilusiones, como ya sucedió en el pasado, cuando contaban con él por sus dotes psíquicas. Pero el papel de vidente le ha sido vedado. Al no tener cabida en los medios ilustrados, él mismo ha tenido que proveer a una propia y exclusiva cultura —una subcultura, mejor diríamos— compatible con su temperamento, y que hoy se revela al mundo como una fuerza vital.
Esa persona intermedia de cultura inferior está necesitada de guía espiritual. Potencialmente está muy bien dotada para la percepción extrasensorial, pero aún sigue buscando una forma de dar salida y encauzar ese portentoso caudal de energía. Si no lo hace, ese hombre, o sea mujer, no es un ser completo. Negarle derecho a la existencia no es resolver el problema. Negar a un hombre el derecho a superarse espiritualmente, es añadir un pe-cado más —el pecado contra el Espíritu, de que habla el Evangelio— a la ya larga lista de injusticias sociales.
Si no reconocemos ese derecho nos exponemos a una situación de las más conflictivas. El homosexual no ha de tardar en darse cuenta de que otros, como él, están faltos de amor, de comprensión, de ayuda y asistencia. La miseria ha sido en todos los tiempos una gran fuerza cohesiva que ha engendrado revoluciones.
Todas las sub-culturas ganan en fuerza cuando se unen por lazos de hermandad, aunque sea temporalmente. Durante la Segunda Guerra Mundial, los refugios de Londres crearon lazos de simpatía entre personas que no tenían razones para gustarse mutuamente.
Mientras las bombas alemanas llovían sobre la City, millares de refugiados, formando ingentes grupos, apretujábanse dentro de aquellos túneles bajo tierra que para todos representaban la salvación. Todos eran iguales y allí se sentían como hermanos. Y es que la desgracia, la pobreza y el desamparo son grandes fuerzas cohesivas, capaces de causar cambios revolucionarios que son largamente recordados y sirven para llenar muchas páginas en los textos históricos.
Si somos realistas veremos que la fusión en una persona de las características masculinas y femeninas puede engendrar percepciones tan sutiles, tan completas, tan instantáneas como las concebidas por la mente de un genio. Algunas de estas personas dan muestra de una capacidad intuitiva tan grande que, sin saberse cómo ni por qué, se enteran de cosas cuyo conocimiento no es accesible a las mentalidades corrientes. El temperamento homosexual es tabú, pero como todos los tabúes, puede trocarse en ventajas para la sociedad actual, lo mismo que sucedió en las sociedades primitivas. La ocupación de los homosexuales en algo positivo (como videntes, por ejemplo) podría contrarrestar las influencias negativas de estas personas, unidas ahora en la adversidad para atraer la venganza sobre una sociedad que les ha rechazado, les ha hecho sentirse extraños y no permite que se les reconozca ninguna virtud, de cualquier índole que sea.
Creo, pues, que en atención a las razones expuestas y dentro del ámbito de la brujería, deberíamos reservar un espacio para esos homosexuales tenidos ahora como una escoria de la sociedad, invitándolos a desarrollar sus facultades intuitivas. No quiero decir que se les eleve a cierta clase de jerarquías, las cuales no ocuparon jamás en la religión Wicca. Lo cierto es que hay muchos miembros de la brujería incapaces de atender las copiosas demandas de ayuda que reciben, pues ni su tiempo ni sus reservas psíquicas lo permiten. El homosexual podría ser instruido para socorrer a otros individuos menos afortunados que están en apuros. Claro que para eso se debe someter a una disciplina constante. Lo primero de todo es no decir que tal o cual persona comete pecado por llevar una clase de vida distinta. Yo creo que en la interpretación del pecado, precisamente, es donde podemos ayudar al homosexual a integrarse de nuevo en la sociedad. No hay nadie que pueda rendir lo suficiente bajo la carga de un complejo, y menos cuando éste es de orden moral. Es entonces cuando las fuerzas negativas del mal encuentran terreno abonado donde sembrar la cizaña.
Meterse en actividades religiosas como medio de vida no tiene nada de fácil. En brujería, por lo menos, que nadie se haga la ilusión de ingresar si no está completamente enterado de nuestra doctrina y se muestra dispuesto a cumplirla. Estaría muy equivocado un homosexual que ingresara en nuestra comunidad tomándola como un medio de excusa a lo inexcusable dentro de su posición. El individuo no puede inventar sus propias reglas de conducta, si bien es admisible que elabore sus propios criterios y proceda con arreglo a los mismos, pero siempre partiendo de aquel código brujeril. La certeza de este criterio puede manifestarse, en ocasiones, bajo la forma de una aparición. Así, el choupan se considera angakok cuando su propio doble se le revela desde el más allá. Idéntica seguridad se adquiere al iniciarse en la religión yogui, de la India, cuando el dios —en este caso— se aparece al estudiante bajo la forma de profesor o «gurú»39. Se sabe también de casos, entre los santos cristianos, a quienes se manifiesta la divinidad, en la forma de Jesús o María, como culminación de un magno y agotador esfuerzo en la práctica de sus devociones.
Esto simboliza la apertura de un área de percepción totalmente nueva. Es lo que puede ocurrir cuando el alma, en su desarrollo perfectivo, experimenta uno de esos magnos impulsos, de esas grandes crisis; es como un retoño que al brotar se desprende de su cubierta protectora. En este momento es cuando se revela el nuevo orden, la nueva vida, como una aparición en los gloriosos esplendores de la divinidad.
Muchos homosexuales desean provocar esos estados alucinatorios a fuerza de drogas, movidos por la esperanza de adentrarse en un mundo espiritual distinto, a diferencia de los no homosexuales, que usan las drogas para evadirse de las responsabilidades del mundo material. Si quiere infundirse ánimo a aquel homosexual mentalmente espiritualizado, lo mejor —en vez de darle drogas— es hacerle olvidar los motivos de su odio, que empiece a ver la vida como una plácida y prometedora experiencia en la que puede realizarse sin temor a ser rechazado. Si hay un sector de la Humanidad necesitado de guía religiosa, es el de los homosexuales. Y esa guía bien pueden hallarla en una religión matriarcal como la nuestra. Nosotros no queremos que purguen un pecado; sólo que rectifiquen y nada más. La vida la enfocamos siempre en sus aspectos positivos, no negativos.
No puedo pasar por alto el hecho de que muchas religiones asignan un puesto privilegiado al hermafrodita o bisexual. Cierto que la bisexualidad está íntimamente ligada a la homosexualidad, y el caso es que esa doble característica ha sido atribuida, a más de una deidad.
Brahma, en la mitología hindú, suele representarse como un ser bisexual. Siva, la más popular de las deidades hindúes, también es bisexual. En el gran templo de Elefanta, Siva aparece grabado en sucesivos paneles. (En el primer panel es un ser humano perfecto, en pleno desarrollo; el lado izquierdo de la figura, sin embargo, es marcadamente femenino, y el lado derecho excesivamente masculino. Dominan el panel los dos tipos de órganos sexuales. En el panel siguiente se ve a Siva como el varón perfecto con su pareja femenina perfecta, al lado suyo; el consorte es Sakti o Parvati.) Son numerosas las repre-sentaciones, en la literatura y arte hindúes, de Siva en su papel bisexual. Resulta interesante 'comparar este fenómeno con el relato de Elohim en el capítulo I del Génesis. Nos encontramos con que «Elohim creó el hombre a su propia imagen, a imagen de Elohim lo creó, los creó varón y hembra». Hay algunos teorizantes para quienes esto significa, no sólo que el primer hombre era herma-frodita, sino que «el propio creador era también de tal naturaleza».
En el Midrasch, Rabbi Samuel-bar-Nachman dice: «Adán, al ser creado por Dios, era un hombre-mujer» (andrógino)40 Esta teoría la sostiene también Maimónides, diciendo que «Adán y Eva fueron creados juntos, unidos por las espaldas, mas Dios dividió este doble ser, y tomando una mitad (Eva) la dio a la otra mitad (Adán) a fin de que le sirviese de compañía».
En el Brihadaranyaka Vpanishad, la evolución de Brahma es descrita así: «En los comienzos del mundo hallábase él sólo, bajo la forma de una persona. Más no experimentaba ningún deleite. Quería estar acompañado. Era tan grande como una mujer y un hombre juntos. Entonces hizo de sí dos mitades, de las que salieron el primer marido y la primera mujer.»
Por eso decía Yagnavalka:
—Somos igual que un guisante partido en dos.                                                
Estos singulares relatos de las creaciones de Adán y Brahma sugieren la idea de que los dioses eran concebidos de una manera antropomórfica, y dentro de ella, con doble sexo. Así se explica fácilmente que el hombre, de-seando siempre emular a sus dioses, se viera él mismo con doble sexo también.
El dios sirio Baal es a veces representado con doble sexo en combinación con la diosa Astarté. Una invocación popular decía: «Óyenos, Baal, seas dios o diosa.» Baal era representado como andrógino y también Mitra. Hay muchos monumentos mitraicos donde aparecen los símbolos combinados de la deidad masculina y femenina. Venus y Afrodita eran adoradas en una doble forma. En Chipre había una masculina y barbuda imagen de Venus, pero en atuendo femenino. Los sacrificios eran ofrecidos a aquella estatua por hombres vestidos de mujer y mujeres vestidas de hombres. Esta deidad, barbuda y femenina a la vez, es conocida por dos nombres distintos: Afroditos y Venus Mylitta; su culto tenía como escena-rios principales Siria y Chipre.
En Egipto se conocía también una representación barbuda de Isis con un Horus niño en los brazos. Asimismo se ha descubierto una representación andrógina de la diosa Neith, con un miembro masculino bien erecto. Lo mismo podemos decir de la diosa Friga o Freya, versión nórdica de Venus. La representaban con los órganos de ambos sexos, empuñando una espada con la diestra y un arco con la izquierda. Ciertas alusiones a Zeus y unas preces a Adonis nos presentan al primero como hombre y «eterna virgen» a un mismo tiempo, y al segundo como «un joven de abundante y graciosa cabellera, doncella y doncel».
Dionisos, una de las figuras más notables en la mitología griega, es mostrado a menudo como un andrógino40. Eurípides dice de él que «está femeninamente formado», y los himnos órficos refiéranse a él como bisexual. Arístides escribió un largo discurso sobre Dionisos, diciendo entre otras cosas: «Así, pues, el dios es varón y hembra. Sus formas están de acuerdo con este doble carácter. Para los jóvenes es una doncella, y para las doncellas es un mancebo; para los hombres en general, es un joven imberbe de una vitalidad desbordante.»
En el Museo de Napoles hay una cabeza de Dionisos artísticamente modelada. Aunque con barba, su expresión es inequívocamente femenina. A Apolo se le ve con frecuencia bajo una forma esencialmente femenina, con las siluetas bastante acentuadas. El gran héroe Aquiles, habiendo pasado la juventud entre mujeres, vestíase con ropas femeninas. En el Louvre de París hay una estatua yacente hermafrodita, en mármol, y tres elegantes bronces de Venus. Estas últimas figuras están de pie, mostrando órganos masculinos. Yo creo que la explicación nos viene dada por el sentido religioso de estas representaciones hermafroditas.
Como el arte relata su misma historia —a veces el sueño realizado de una persona— es evidente que el doble sexo, o un sexo que combinase las características del varón y la hembra, alucinaban las mentes de aquellos pueblos antiguos. Sabemos que, en forma literal, no ha sido producido ningún ser humano con un equipo completo de órganos femeninos y masculinos capaces de cumplir las funciones de los dos sexos. Pero sabemos también que son numerosas las formas intermedias de machos y hembras que tienen un equipo de órganos capaces de funcionar, y sin embargo, están provistos también de otro equipo del sexo opuesto. Siendo así, es probable que la influencia de tales tipos intermedios la hubiesen conocido en tiempos pasados, y se hubiera querido registrar y perpetuar el recuerdo de este fenómeno.
Desde el punto de vista artístico es interesante notar que el tipo andrógino ha tenido su propia evolución. En tiempos antiguos, las figuras tenían un simbolismo grotesco, mas luego se hicieron más graciosas y realistas. El dios indio Siva, en ambas formas sexuales, y las figuras barbudas de Afrodita y de Isis, son de una crudeza que impone. No obstante, el Mitra persa no lo presentan con ese aspecto monstruoso, sino como un hombre joven y hermoso de líneas femeninas. Igual ocurre con el Adonis griego. Cuando un varón es representado con forma femenina, es gracioso: no a la inversa. Es un punto en el que están de acuerdo conmigo los entendidos en arte, cada vez que abordamos el tema de la sexualidad: el varón homosexual puede ser físicamente bello, mas su equivalente lesbiano parece grotesco en comparación.
En brujería, en la religión Wicca, nosotros reconocemos que la deidad tiene dos caras, alternando entre Pan y Diana. ¿Cómo negar que la homosexualidad halle un puesto en el movimiento religioso de la brujería? Seguro que la razón básica en que todas las religiones se apoyan, es la necesidad de enlazar al hombre con algo que le supera en grandiosidad. Puede variar el nombre de la deidad, más las razones de este reconocimiento son iguales en todas las lenguas. A veces olvidamos que si las formas de la religión fueron inventadas se debió a que nosotros no somos perfectos, y sólo podemos fijarnos en la figura de un dios como prototipo de la perfección que nosotros buscamos. Si consideramos la religión abierta tan sólo a los «puros de corazón», o si hablásemos tan sólo a los ya iniciados o convertidos, entonces fallamos en el punto más esencial que afecta a la religión. Personalmente, yo creo que la inscripción en la Estatua de la Libertad contiene un mensaje religioso, al decir:
«Traedme a los pobres, a los cansados, a los oprimidos que anhelan la libertad, al triste desecho de vuestra prolífica costa; enviadme a éstos, a los carentes de hogar, los asolados por la tempestad; junto a la puerta de oro estoy yo, con mi antorcha levantada.»
39. En este caso, «gurú» es una voz sánscrita que significa maestro en el sentido didáctico de instructor de alguna disciplina científica, ética y filosófica. Sólo se aplica con referencia a los discípulos que siguen dichas enseñanzas. (N. del R.)
40. Aunque hermafrodita y andrógino suelen emplearse como sinónimos, en filosofía ocultista no son exactamente lo mismo. El andrógino es el ser que reúne en su cuerpo a la vez los órganos masculinos y femeninos, pero que para procrear necesita ayudarse con otro individuo de su especie. En cambio, el hermafrodita, que también reúne los órganos de ambos sexos, se basta a sí mismo para la reproducción, o sea, que viene a ser un andrógino más evolucionado. (N. del R.)
Sybil Leek
22 de febrero de 1917 - 26 de octubre de 1982
Texto Tomado Integro del Capítulo 11 del libro ‟El Arte Completo De La Brujería” 1990


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